Pituca López Repetto nació el 16 de septiembre del año 1926 en el ceno de
una familia tradicional de la localidad de San Isidro. Fue la “hija de la
vejez” como ella misma lo dice, tanto así que no llegó a conocer a sus hermanos
más grandes.
Lito, su padre, era el dueño del mejor restaurante de Buenos Aires
en ese momento: “Las Delicias”. “Las principales papas sufflé se hicieron en su
restaurante” cuenta Pituca. Su primo trabajaba de día y él de noche. Carlos
Gardel, muy amigo de él, le decía: “Pepito cerrá que vamos a cantar”, lo
adoraba y cantaba para Lito. Pituca tenía tan solo ocho años cuando murió
Gardel y aún recuerda como lloró su padre.
Los personajes más importantes de esa época iban a Las Delicias.
Su padre era completamente retrógrado, tanto así que nunca quiso
comprar un auto por más que su posición económica era realmente buena. Lita, su
madre, encargó uno y cuando este llegó a la casa Lito amenazó con irse sino lo
devolvía. Nunca compraron el auto. En cambio Lita era muy emprendedora, fue ella
la que compró una casa en Córdoba donde veranearían todos los años. “Mamita era
extraordinaria” dice Pituca con ternura y anhelo.
Su hermana Porota hizo el rol de madre, ya que esta era muy grande.
Porota le compró los primeros taquitos “carretel”, las primeras medias de
“muselina”. Lito la veía como una española por la alegría que irradiaba y por
eso le compraba todas camisas con florones y lunares colorados. Como sabia que
ella sufría mucho de los pies todos los años le compraba él mismo los zapatitos
del colegio.
Abalada por su hermana Porota ingresó en la escuela de Bellas Artes
Prilidiano Pueyrredón de la
Ciudad de Buenos Aires al terminar sus estudios secundarios.
Un desafío para una mujer en esa época, primero el seguir una carrera y luego
el hecho de estudiar “arte” que era considerado para las “locas”, sobre todo
por su padre. Así fue que al egresarse Lito incendió todas sus obras…
A sus 22 años se casa con Evar A. Pérez Leirós, un ingeniero que
llegó a ser ministro de obras públicas de la Argentina. Juntos
se mudaron a un pueblito en la provincia de Córdoba llamado Salsipuedes.
Tuvieron tres hijos. Esa primera época en Salsipuedes la recuerda con amargura
“No había un alma”, cuenta, y además al irse tan lejos perdió contacto con sus
mejores amigas “Salvo con Cuca”. Tuvieron que trabajar mucho para poder volver
a alcanzar el status económico al que ella estaba acostumbrada. “En Córdoba
estaba aburrida, ya no sabía que hacer...hacia quintas en el jardín donde
plantaba verduras, hice toda la ropa de los chicos, pantaloncitos, sobretodos,
las cortinas, los cubrecamas, adornaba la cocina con mis bordados, era muy
trabajadora”.
Fue profesora de arte en el colegio Nro 25 de la capital donde
enseño por 23 años. Sus alumnos la adoraban. En esa época se hacían fiestas
donde se reunían los colegios de toda la capital y las provincias y sus alumnos
ganaban siempre el primer y segundo premio. Ella ganó la medalla de oro como
mejor profesora, la cual regaló a su directora. La revista Billiken publicó una nota sobre esta escuela debido a la cantidad
de premios consecutivos que ganaban en arte sus estudiantes.
Cómo mujer de un político Pituca tuvo la oportunidad de viajar alrededor
del mundo. Esos paisajes que visitó fueron una inspiración para su obra como artista.
Amante del arte precolombino y africano su casa aún conserva las piezas que
recopiló en sus andanzas.
Su obra evoca paisajes que han quedado en su recuerdo, pintando
dentro de su atelier una vez que ha regresado a casa. Podemos encontrar cholas
bolivianas, paisajes rojizos del norte argentino, inundaciones, desde “villas
miseria” (como dice ella) hasta las ciudades griegas más tupidas.
A Pituca se la puede considerar una eterna amante de la naturaleza:
en sus cuadros abundan flores y animales. Siempre se dedicó devotamente a su
jardín y por toda la casa podemos encontrar pequeños arreglos florales hechos
muy a la ligera, como muchas de sus mini obras, rayitos de inspiración
momentánea, son los “Pituca ready-mades”.
En su obra encontramos cerámicas, esculturas, grabados y pinturas.
Con el paso del tiempo la pintura se convirtió en su expresión primordial.
Pituca junta cositas, recolecta, transforma, crea. Le gustan los
tesoros baratos, de las casas “todo por dos pesos” y eleva éstas cositas que nadie
les da importancia ni valor a la categoría de arte en sus arreglos florales y
“ready-mades”. Su obra en la tercera etapa de su vida es auténticamente kitsch. Como dice Klemm “Ronda la
genialidad o la grandeza”. Porque como verdadera obra plasma su forma, su modo
de vida, refleja su simplicidad y su asombro, eleva al plástico a la categoría
de oro para quien sabe sumergir su mirada al mundo de la fantasía. Me gusta
esta esa frase que dice “No es una joya, es de fantasía”, inmediatamente se
abre un mundo maravilloso para una mente no capitalista o materialista, porque es de fantasía ¡Es mucho más de lo que
vemos! Es el sueño de alguien. Son los sueños de Pituca. Ella ve oro en el
dorado.
Pituca es una artista pero ante todo es madre, abuela y bisabuela.
Dejó su carrera en segundo plano para dedicarse por entero a su familia.
Confeccionó toda la ropa de sus hijos cuando eran pequeños, tejió los sweaters
para sus nietos y hoy teje para su bisnieto. Cocinó toda su vida, tan bien que
hizo de su cocina un arte. Las recetas de Pituca son usadas por sus hijos en
sus restaurantes. Sus milanesas… ¡El mayor legado!